lunes, 23 de agosto de 2010

OTRA VEZ SANABRIA

Una de las casa solariegas de las que os hablo en mi entrada.
Esta es la plaza Mayor tan típica de todos los pueblos castellanos.
Casas de corredor de madera intuyo que tiene una fuerte influencia del norte.


Tengo la impresión de que cuando se visita un lugar y se vuelve a él, años más tarde, la sensación que percibe el viajero es muy distinta, no sólo, por el progreso del lugar gracias a los cambios socio-económicos desarrollados en él, si no también, porque una, lo observa con ojos diferentes a la primera vez y ésto, es lo que me ha sucedido apenas hace unos días.

Llegar allí, desde el norte por la autovía de la Plata y enlazar con la de las Rias Bajas el viaje, además de corto, se hace fácil.


Cruzo la imperiosa cordillera del Cantábrico y, observo bajo una tenue bruma dibujarse en el horizonte, las distintas altitudes configurando un paisaje quebrado y salpicado de pequeñas aldeas suspendidas y deseminadas por las primeras estribaciones de la alta montaña.

Dejo atrás un paisaje aún verde y, llego casi de golpe a otro muy distinto para el deleite de mis huesos humedecidos y la fascinación de mi retina ante un cielo azul intenso. A medida que me adentro en la meseta Castellana mi pituitaria se deja seducir por un cúmulo de olores intensos predominando el de tomillo.El terrazgo agrícola se tiñe de color ocre sobre los campos dejados en barbecho así como en los trigales recien segados y, me sorprende en ese paisaje aún virgen, los huertos solares y, en la cima de las colinas los generadores eólicos moverse perezosos llegando incluso a degradar el paisaje por su impacto visual a mi modesto parecer.

A lo lejos, diviso que Sanabria está cerca porque, mis remotos recuerdos la sitúan en lo alto de un cerro. Ubicación privilegiada cómo lugar defensivo y, atalaya vigilante al estar cerca de la frontera del país vecino, Portugal.


Agosto no defrauda y, a Castilla León, le ofrece sin escrúpulos todos sus atributos con temperaturas muy elevadas por eso, antes de retomar la visita al lugar, se agradece una pausa saboreando un delicioso granizado de limón. Desde la terraza, observo el ir y venir de sus gentes mezclarse con el curioso turista que intenta inmortalizar su viaje fotografiando el lugar.


El reloj marca casi las doce y media y es preciso pasear por las empinadas calles a pesar de los casi 35º y, observo cómo, a pesar del tiempo transcurrido, el conjunto arquitectónico no ha perdido su encanto, conservando aún, la personalidad que le confiere la morfología del caserío rural mezclado con antiguas casas solariegas. Casas de piedra con dinteles de granito para realzar aún más si cabe, las ventanas de madera y que, en algunos casos se ven jalonadas de tiestos con vistosos geranios de colores dándole al visitante , un alo de frescor que agradece a la vez que, admira el trabajo y el buen gusto de sus dueños.


Llego a la Plaza Mayor donde está situado el ayuntamiento, la iglesia y el castillo, mandado construir por el conde de Benavente sobre las ruinas de una antigua fortaleza y

me doy cuenta de que, en torno a estos edificios emblemáticos nace el antiguo caserío perfectamente conservado.


Después de comer, un menú típico de la tierra en una casa solariega en el centro del pueblo, decido emprender viaje guardando en mi equipaje recuerdos renovados que estaban casi olvidados por el paso del tiempo.