Este pueblecito es una bastida medieval muy conservada. Merece la pena hacer un alto para ver el paisaje de la campiña.
Este es el pueblecito de Nerac. Muy bien conservado y con mucho encanto.
Os he puesto esta fotografía para que os déis cuenta del amor que tienen por las flores ...El lugar era una especie de plaza rodeada de grandes macetas. Os aseguro que el calor era casi insoportable 42º , no nos explicabamos como podían vivir en esas condiciones hasta
que nos dimos cuenta del pequeño truco por donde les suministraban el agua.
Una calle de Nerac. Las petunias estaban magnificamente conservadas

Quiero compartir mis últimos días de vacaciones en Francia del verano pasado y, lo hago convencida de que os enseñaré lugares entrañables y, con la personalidad exuberante del buen hacer del pueblo francés tan cuidado en la conservación de su arquitectura, como orgulloso de mostrarlo al viajero. Si algo les caracteriza, a mi modesto entender, es amor a su idiosincrasia a la que jamás renunciarán cualidad, que admiro, y que les honra.
Después de abandonar el país cátaro, nos fuimos hacia Moissac, un pequeño pueblo que mira al Tarn y es afluente del Garona y que, no tiene ningún interés por sobresalir de una vida tranquila y apacible. Allí, estaba Le Moulin el hotel que habíamos reservado para dos noches. Al día siguiente después de desayunar partimos dirección a Cahors por una autovía que si bien cruza Francia de Sur a norte era bastante tranquila. Hacia las once llegamos al lugar que para nada nos defraudó. No es un lugar turístico pero, merece la pena porque tiene el encanto de una pequeña ciudad provinciana muy bien conservada. Con grandes esfuerzos logramos aparcar y decidimos ir al casco antiguo. Las calles eran estrechas con gran movimiento de viandantes pero, sin el agobio característico del turismo compulsivo. El comercio pequeño muy especializado y a la vez muy cuidado en las formas.
Acostumbrados a comer a las doce decidimos buscar un lugar tranquilo y apetecible en una terraza pero, llegar pasadas las doce y media ya es tarde y los lugares apetecibles están todos escogidos .
Visitar Cahors y, no llegar al Puente Valentré, es dejar de ver el lugar emblemático de la ciudad. Está dignamente conservado y merece la pena llegar a él, observar sus tres torres que, en otro tiempo, les han servido para la defensa del lugar. No nos apetecía marcharnos… pero, nos esperaban unos pueblecitos como Saint Cirq Lapopie, Pui L’Eveque y Monflaquin . Nuestra ilusión se desvaneció por momentos… Difícil carretera y bastante distancia unos de otros… Así que, decidimos ir a Laucerte una bastida medieval situada en el alto de una colina. Un lugar tranquilo y, donde nos hubiese gustado cenar para ver ponerse el sol sobre la campiña ocultándose en el extenso horizonte…. Desde allí, llegar a Moissac no conociendo la carretera era arriesgar un poco y sopesó la prudencia. Por otra parte, tampoco queríamos renunciar a la cena del hotel que el día anterior nos había encantado a la vez que, el servicio había sido impecable. Y, no nos arrepentimos, porque al llegar un poco tarde, teníamos que esperar. La noche, poco a poco hacía acto de presencia y, tras los amplios cristales de aquel comedor con vistas al Tarn, la luna se iba asomando poco a poco para verse reflejada en el río. El lugar idílico y, la noche nos invitaba a pasear por la orilla despidiéndonos de aquel lugar. Al día siguiente, abandonábamos Moissac con recuerdos que llevábamos anclados para no olvidar. Pero, aún nos faltaba por conocer Nérac. Uno, de los pueblos más bonitos que visitamos en el viaje. Dejamos aparcado el coche y decidimos recorrer las calles de aquel pueblecito que a mí se me antojó de cuento. El calor era intenso pero, merecía la pena perderse por las callejuelas casi vacías… No sólo me gustó la configuración del emplazamiento si no que, de nuevo, me dejó impresionada el amor que tiene el pueblo francés por adornar sus pueblos con grandes macetas llenas de flores de vistosos colores y, del respeto de sus conciudadanos por la conservación de las mismas.
Después de abandonar el país cátaro, nos fuimos hacia Moissac, un pequeño pueblo que mira al Tarn y es afluente del Garona y que, no tiene ningún interés por sobresalir de una vida tranquila y apacible. Allí, estaba Le Moulin el hotel que habíamos reservado para dos noches. Al día siguiente después de desayunar partimos dirección a Cahors por una autovía que si bien cruza Francia de Sur a norte era bastante tranquila. Hacia las once llegamos al lugar que para nada nos defraudó. No es un lugar turístico pero, merece la pena porque tiene el encanto de una pequeña ciudad provinciana muy bien conservada. Con grandes esfuerzos logramos aparcar y decidimos ir al casco antiguo. Las calles eran estrechas con gran movimiento de viandantes pero, sin el agobio característico del turismo compulsivo. El comercio pequeño muy especializado y a la vez muy cuidado en las formas.
Acostumbrados a comer a las doce decidimos buscar un lugar tranquilo y apetecible en una terraza pero, llegar pasadas las doce y media ya es tarde y los lugares apetecibles están todos escogidos .
Visitar Cahors y, no llegar al Puente Valentré, es dejar de ver el lugar emblemático de la ciudad. Está dignamente conservado y merece la pena llegar a él, observar sus tres torres que, en otro tiempo, les han servido para la defensa del lugar. No nos apetecía marcharnos… pero, nos esperaban unos pueblecitos como Saint Cirq Lapopie, Pui L’Eveque y Monflaquin . Nuestra ilusión se desvaneció por momentos… Difícil carretera y bastante distancia unos de otros… Así que, decidimos ir a Laucerte una bastida medieval situada en el alto de una colina. Un lugar tranquilo y, donde nos hubiese gustado cenar para ver ponerse el sol sobre la campiña ocultándose en el extenso horizonte…. Desde allí, llegar a Moissac no conociendo la carretera era arriesgar un poco y sopesó la prudencia. Por otra parte, tampoco queríamos renunciar a la cena del hotel que el día anterior nos había encantado a la vez que, el servicio había sido impecable. Y, no nos arrepentimos, porque al llegar un poco tarde, teníamos que esperar. La noche, poco a poco hacía acto de presencia y, tras los amplios cristales de aquel comedor con vistas al Tarn, la luna se iba asomando poco a poco para verse reflejada en el río. El lugar idílico y, la noche nos invitaba a pasear por la orilla despidiéndonos de aquel lugar. Al día siguiente, abandonábamos Moissac con recuerdos que llevábamos anclados para no olvidar. Pero, aún nos faltaba por conocer Nérac. Uno, de los pueblos más bonitos que visitamos en el viaje. Dejamos aparcado el coche y decidimos recorrer las calles de aquel pueblecito que a mí se me antojó de cuento. El calor era intenso pero, merecía la pena perderse por las callejuelas casi vacías… No sólo me gustó la configuración del emplazamiento si no que, de nuevo, me dejó impresionada el amor que tiene el pueblo francés por adornar sus pueblos con grandes macetas llenas de flores de vistosos colores y, del respeto de sus conciudadanos por la conservación de las mismas.
Nunca me será fácil olvidarme de un país tan próximo en sus formas como cuidado su paisaje.