
Desde hace unas semanas, escucho el redoblar acompasado de los tambores y, sin lugar a dudas, ese repiqueo anuncia la llegada de la semana santa pero, sin querer, mis recuerdos se agolpan y me retrotraen imágines polvorientas y queridas de mis años de colegiala interna en las Dominicas.
Hace años que se terminaron los internados pero, por entonces, era la única alternativa que teníamos los que vivíamos en los pueblos de seguir cursando el bachillerato superior y C.O.U.
¡Cuántas horas y días se fueron marchitando en aquel colegio! ¡Cuántas ilusiones fuimos fraguando en aquel patio para cuando llegaran las vacaciones! Sabíamos que las de semana santa eran cortas pero, ¡ no importaba! porque el bien preciado por entonces, era la libertad. Recuerdo, que en mi fin de semana, tenía una libreta y en ella, iba tachando cada día que pasaba y, cada cruz era un trofeo conseguido en aquel lugar que, si al principio me fue hostil hoy, puedo aseverar que en él aprendí y forjé mucho de lo que hoy soy.
Cuando cursábamos 5º y6º de bachillerato, empezaba a mostrarse en nosotras los primeros síntomas de persuasión por la mirada ingenua aún, de aquel chico que, también se marchaba de vacaciones y, que casi siempre lo encontrábamos en la estación… porque él también estaba interno. Confieso, que aquel tren lento y de vía estrecha era para nosotras el lugar donde dejábamos volar nuestra imaginación entrecruzando miradas robadas y fugitivas a la vez….
Fue en el tren, donde nos despertamos a la vida adulta y alcanzamos la mayoría de edad…. En él, nos dijeron las primeras frases tiernas e ingenuas de que, ¡ojalá ¡ el tren se parase…¿Nos bajamos aquí, y esperamos el siguiente…?. En aquel tren soportamos estoicamente los amores platónicos y la verdadera amistad. Ahora, y con el paso del tiempo, me doy cuenta de que aquel medio público sirvió de base para fraguar muchas historias…
Y, al llegar a casa, después de un trimestre a veces largo e interminable, casi siempre, olía a esos sabrosísimos postres que nuestras abuelas y madres nos preparaban como símbolo de bienvenida. Las vacaciones de semana santa, eran el preludio del fin de curso que estaba a la vuelta de la esquina. No podíamos fallar, ni menos, dejarnos arrastrar por las fantasías vividas. Disfrutábamos de las vacaciones sin olvidar la tarea recomendada porque, el esfuerzo de nuestros padres, no podía ser menospreciado y, la vuelta al colegio suponía volver a la realidad después de unos días tan entrañables como deseados.
Hace años que se terminaron los internados pero, por entonces, era la única alternativa que teníamos los que vivíamos en los pueblos de seguir cursando el bachillerato superior y C.O.U.
¡Cuántas horas y días se fueron marchitando en aquel colegio! ¡Cuántas ilusiones fuimos fraguando en aquel patio para cuando llegaran las vacaciones! Sabíamos que las de semana santa eran cortas pero, ¡ no importaba! porque el bien preciado por entonces, era la libertad. Recuerdo, que en mi fin de semana, tenía una libreta y en ella, iba tachando cada día que pasaba y, cada cruz era un trofeo conseguido en aquel lugar que, si al principio me fue hostil hoy, puedo aseverar que en él aprendí y forjé mucho de lo que hoy soy.
Cuando cursábamos 5º y6º de bachillerato, empezaba a mostrarse en nosotras los primeros síntomas de persuasión por la mirada ingenua aún, de aquel chico que, también se marchaba de vacaciones y, que casi siempre lo encontrábamos en la estación… porque él también estaba interno. Confieso, que aquel tren lento y de vía estrecha era para nosotras el lugar donde dejábamos volar nuestra imaginación entrecruzando miradas robadas y fugitivas a la vez….
Fue en el tren, donde nos despertamos a la vida adulta y alcanzamos la mayoría de edad…. En él, nos dijeron las primeras frases tiernas e ingenuas de que, ¡ojalá ¡ el tren se parase…¿Nos bajamos aquí, y esperamos el siguiente…?. En aquel tren soportamos estoicamente los amores platónicos y la verdadera amistad. Ahora, y con el paso del tiempo, me doy cuenta de que aquel medio público sirvió de base para fraguar muchas historias…
Y, al llegar a casa, después de un trimestre a veces largo e interminable, casi siempre, olía a esos sabrosísimos postres que nuestras abuelas y madres nos preparaban como símbolo de bienvenida. Las vacaciones de semana santa, eran el preludio del fin de curso que estaba a la vuelta de la esquina. No podíamos fallar, ni menos, dejarnos arrastrar por las fantasías vividas. Disfrutábamos de las vacaciones sin olvidar la tarea recomendada porque, el esfuerzo de nuestros padres, no podía ser menospreciado y, la vuelta al colegio suponía volver a la realidad después de unos días tan entrañables como deseados.