






Si los últimos veranos que visitamos Francia a finales de julio nos encantó, este año, a mediados de mayo nos fascinó. No sólo por su paisaje verde y bien avenido con los tonos grises oscuros de su cielo, si no también, porque las calles de todos los pueblos que visitamos, estaban en consonancia con los viajeros que por ellas, paseábamos tranquilos, sin agobios e interesados en cada rincón que especialmente nos llamaba la atención dejándolos inmortalizados no sólo en nuestras retinas si no también, en nuestras cámaras fotográficas. Por éstas y otras razones llegar a Bergerac tierra de Cyriano, nos ha dado pie a perdernos por la multitud de calles del casco antiguo hasta llegar al puerto fluvial y lo hicimos, por empinadas y estrechas callejuelas pero, la plaza de Myrpe con sus pequeñas casas, perfectamente conservadas sus fachadas con entramados de madera y camufladas entre los tilos le daban un encanto especial además, de idílico y entrañable por lo menos, a mí me lo ha parecido. Dejamos la plaza sabedores de que su recuerdo iba a quedarnos grabado para siempre.
Seguimos caminando … perdiéndonos por callejuelas hasta llegar al río Dordoña que cruza Bergerac en dos partes bien diferenciadas el casco antiguo, del ensanche y, al llegar a la orilla pudimos ver como el pueblo francés sigue utilizando sus recursos ancestrales como propios y, si me permitís ensalzándolos, porque he podido ver como, si en tiempos pretéritos, este río les ayudo a fortalecer su economía, en la actualidad siguen utilizando las gabarras para viajes turísticos con el mismo orgullo de entonces. Dejamos Bergerac convencidos de que Héctor Savinien firmaba sus obras con el seudónimo de Cyrano de Bergerac convencido por su abuelo de que aquel lugar tenía que pasar a la posteridad.
La tarde caía lentamente y teníamos que buscar nuestro alojamiento que estaba situado en un pequeño pueblo llamado Puysseguin lugar tranquilo y apacible dejándose atrapar por la noche, a la espera del viajero.
A la mañana siguiente, nos acercamos a S. Emilión después de atravesar multitud de viñedos, no en vano era la cuna de los estimados vinos de Burdeaux. Como siempre, el coche lo dejamos a las afueras del pueblo, era domingo y además muy temprano, las calles estaban vacías porque sus gentes aprovechaban el descanso merecido, sólo alguno que otro tendero nos saludaba al pasar y, después de visitarlo hicimos acopio de unas botellas de vino de Burdeaux.
De aquí, tomamos la autovía a Perigeux para salir dirección a Terrasson que ya conocíamos pero que en aquella ocasión, por la premura del tiempo no pudimos visitar y este año, era obligado caminar por sus calles a pesar del calor sofocante y húmedo. De repente, el cielo se tornó gris oscuro y amenazaba tormenta, dándole al lugar un colorido especial mezclándose con el color verde del paisaje. Nos apresuramos a comer por la premura con que lo hace el pueblo francés y nos decidimos por un lugar que era una antigua bodega. El restaurat además de cuidado en la conservación de sus parámetros arquitectónicos, tenía toques modernos. El trato fue excelente aunque la nouvelle cuisine no era lo que más nos apetecía pero al final mereció la pena. El camarero nos mira con cara extrañada y me dice… “ Est-ce que vous ne voulez pas du vin y, le respondí con amabilidad je ne bois du vin. .No, no bebo vino. Me quedé un poco intranquila porque no beber vino en Francia es casi un pecado y , con mis mejores deseos de agradarle le pregunto si era más bonito Tulle o Montignac y con un francés enérgico me contesta Tulle n’est pas Beau (Tulle no es bonito) y, decidimos irnos a Montignac que no nos defraudó. En próximas entradas os seguiré contando.
Seguimos caminando … perdiéndonos por callejuelas hasta llegar al río Dordoña que cruza Bergerac en dos partes bien diferenciadas el casco antiguo, del ensanche y, al llegar a la orilla pudimos ver como el pueblo francés sigue utilizando sus recursos ancestrales como propios y, si me permitís ensalzándolos, porque he podido ver como, si en tiempos pretéritos, este río les ayudo a fortalecer su economía, en la actualidad siguen utilizando las gabarras para viajes turísticos con el mismo orgullo de entonces. Dejamos Bergerac convencidos de que Héctor Savinien firmaba sus obras con el seudónimo de Cyrano de Bergerac convencido por su abuelo de que aquel lugar tenía que pasar a la posteridad.
La tarde caía lentamente y teníamos que buscar nuestro alojamiento que estaba situado en un pequeño pueblo llamado Puysseguin lugar tranquilo y apacible dejándose atrapar por la noche, a la espera del viajero.
A la mañana siguiente, nos acercamos a S. Emilión después de atravesar multitud de viñedos, no en vano era la cuna de los estimados vinos de Burdeaux. Como siempre, el coche lo dejamos a las afueras del pueblo, era domingo y además muy temprano, las calles estaban vacías porque sus gentes aprovechaban el descanso merecido, sólo alguno que otro tendero nos saludaba al pasar y, después de visitarlo hicimos acopio de unas botellas de vino de Burdeaux.
De aquí, tomamos la autovía a Perigeux para salir dirección a Terrasson que ya conocíamos pero que en aquella ocasión, por la premura del tiempo no pudimos visitar y este año, era obligado caminar por sus calles a pesar del calor sofocante y húmedo. De repente, el cielo se tornó gris oscuro y amenazaba tormenta, dándole al lugar un colorido especial mezclándose con el color verde del paisaje. Nos apresuramos a comer por la premura con que lo hace el pueblo francés y nos decidimos por un lugar que era una antigua bodega. El restaurat además de cuidado en la conservación de sus parámetros arquitectónicos, tenía toques modernos. El trato fue excelente aunque la nouvelle cuisine no era lo que más nos apetecía pero al final mereció la pena. El camarero nos mira con cara extrañada y me dice… “ Est-ce que vous ne voulez pas du vin y, le respondí con amabilidad je ne bois du vin. .No, no bebo vino. Me quedé un poco intranquila porque no beber vino en Francia es casi un pecado y , con mis mejores deseos de agradarle le pregunto si era más bonito Tulle o Montignac y con un francés enérgico me contesta Tulle n’est pas Beau (Tulle no es bonito) y, decidimos irnos a Montignac que no nos defraudó. En próximas entradas os seguiré contando.