
Hoy, quiero rendir un pequeño tributo de admiración y agradecimiento a todos aquellos hombres que un día desde la soledad por la partida a otros lugares en busca de mejor suerte, han contribuido, después de unos años de triunfos personales, a la filantropía en sus lugares de origen. Y, por lo que a mí me atañe, quiero expresar mi más profundo agradecimiento a la familia Selgas que teniendo por lema “Facilitar la cultura es hacer patria” he podido instruirme en mis primeros años de niñez en esas maravillosas pero, no menos pedagógicas escuelas que bebieron gracias al buen hacer de D. Fortunato en el conjunto de escuelas del patronato fundadas por emigrantes de la región donde la participación económica era tan importante como la modernización de los métodos pedagógicos de entonces.
En su primera etapa, el depósito de capital perpetuo llegó a ser de 920 000 pesetas lo que garantizaba rentas suficientes para todos los gastos incluidos los de comedor para los niños de familias más necesitadas al igual que calzado y vestido. Los materiales de enseñanza para el uso de los alumnos, la estimulación en premios, la conservación del edificio y las remuneraciones de los maestros. Y por si esto fuera poco, el día de Santiago- antes fiesta nacional- se rifaba entre todos los alumnos un pequeño ternero que procedía de la vaquería de la casa y que contribuía aumentar la economía familiar del afortunado. De esta primera etapa que mi madre vivió y, que siempre me ha dado fe de que era así, yo he tenido la inmensa suerte de disfrutar de una segunda, en sus aulas, en la enseñanza compartida en párvulos, la primera y segunda sección. He podido sacar de aquella estupenda biblioteca infantil libros que me han dado horas de gloria cuando mis cuentos estaban leídos y más que leídos en las tardes largas de invierno. Y, gracias a la filantropía de la familia los alumnos podíamos disfrutar de las películas del gordo y el flaco incluso de vaqueros las tardes de los jueves. En aquel enorme patio hemos aprendido el valor de la amistad, a compartir, a reír, a llorar…
En cada curso fuimos desgranando conocimientos de física y química hasta entonces ignorados por nosotras y, que gracias a los instrumentos cuidadosamente encerrados en armarios de cristal nos ayudaban a comprender que una vela encendida bajo una campana de cristal si se le hacía el vacío se apagaba….Allí nos dimos cuentas de que el oxígeno es un gas que no podíamos tocar, ni oler, ni ver y que gracias a él podíamos respirar.
Cuando tocaba ciencias naturales, teníamos diferentes cuadros de cereales y en ellos podíamos apreciar que no sólo existía el maíz y el trigo que eran los que nosotras conocíamos, existían otros muchos en diferentes regiones de España y del mundo. Cuando tocaba la lectura supimos que además de agricultores, pescadores y tenderos había otras profesiones.
Dentro de aquellas aulas de lunes a sábados nuestro pequeño universo se fue abriendo a otro mucho mayor y poco a poco fuimos creciendo y haciéndonos mayores. Los más echaron raíces en el pueblo y otros, por razones bien distintas emprendimos un camino diferente pero, todos, estoy segura de que todos, atesoramos aquellos primeros recuerdos de socialización en aquellas escuelas tan entrañables como nunca olvidadas y todo, gracias a la filantropía de quienes creían firmemente de que “facilitar la cultura era hacer patria”.