
Desde siempre, me ha fascinado el mundo de las miniaturas porque, aunque no lo creáis, es un mundo muy especial, donde la fantasía y la creatividad están estrechamente unidas, donde la ilusión y las emociones saltan cada vez que conseguimos un objetivo, porque aquella idea que tanto tiempo hemos meditado la podemos hacer realidad. Ya, ya sé que estas reflexiones una niña no las hace y, lo que yo quería por entonces era, que una casita imaginaria, como tantas veces soñada, hubiese podido hacerse realidad para poder jugar pero, no fue posible.
Cuando llegó la adolescencia, la idea se quedó dormida en no sé que lugar de mi cabeza. Aquella etapa de mi vida estaba demasiado desorganizada para acunar reflexiones infantiles y, aquella ilusión siguió durmiendo hasta que por fin decidió despertar y, lo hizo cuando mis ojos como platos se quedaron extasiados en una feria de miniaturas un invierno de no recuerdo que año.
Mi objetivo, y mi empeño eran difíciles de llevar a cabo pero, mi ilusión era mayor y estaba puesta al servicio de un estímulo muy apreciado, y de un desafío que sólo dependía de mí, y de la complicidad inestimable de mi marido. El, me dió la seguridad y la confianza para empezar aquel reto que desde niña me había parecido inalcanzable.
Tenía muy claro la idea de mi casa soñada, no me apetecía tener una casita de muñecas estándar, la quería distinta, la misma que me hubiese gustado tener en la realidad pero, esta vez, el destino se ha invertido, y mi sueño se hizo realidad en miniatura.
Un día, mientras ojeaba una revista inglesa de decoración encontré la casa que quería, y desde ese momento supe que aquel sueño tantas veces repetido se iba hacer realidad porque, el diseño ya lo tenía. Desde entonces, hasta hace apenas unos días, transcurrieron casi cinco años, cinco años de trabajo, primero los planos con escala 1/12, después preparar las maderas y lijarlas, poner el tejado, los suelos, empapelarla, las puertas, pintarla, todo, absolutamente todo, lo hicimos nosotros. A veces, cuando las cosas no nos salían como queríamos aparecía de repente la ruptura del esfuerzo pero, vencieron mis años de ilusión, nuestras horas de trabajo y esfuerzo, y la complicidad mutua. Por éso me apetece tanto enseñaros mi pequeña gran obra. Mereció la pena.